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Rápida, nerviosa, epiléptica, dialogante, juguetona y perversilla
Rescato un par de imágenes de recuerdo de Claudio Navarro de nuestros noventeros años de universidad. Con audífonos gigantes oyendo la banda sonora de una de las tantas secuelas de Star Wars. Con la cabeza sumergida dentro de un ejemplar del Libro de Urantia (que años más tarde calificaría de soberana estafa). También como responsable de haber adquirido, con sólo días de diferencia, un libro que yo no pude comprar por razones monetarias en una librería de Talca (si mal no recuerdo, versaba sobre un ex sacerdote expulsado de la orden por elaborar una teoría sobre la creación del universo atribuida a dioses que odian a la humanidad). Por eso no me resulta extraño que, pasados los años, Claudio aparezca como autor de una singular novela titulada “Vórtice”, lanzada en 2017 y que se apronta a una segunda edición. De la coctelera cerebral del Claudio de esos días tarde o temprano iba a emanar una obra narrativa rápida, nerviosa, epiléptica, dialogante, juguetona y perversilla. Esto último, en especial, se ve reflejado en las descripciones del padecimiento a que es sometido el protagonista por fuerzas desconocidas.
Con una prosa ágil y funcional a lo que cuenta, Claudio crea una historia donde se mezcla la ciencia ficción (la de carácter más terrorífico), el folletín de aventuras (al más puro estilo de la novela bizantina, donde un suceso desencadena otro y otro y otro…) y con algunas pincelas de cuadro social y de costumbres (las necesarias para ubicarnos en la trama: locales de comida rápida, parejas sin hijos, rebosantes salidas del Metro, potes de helado frente a la TV, lagunas artificiales, trabajos mal remunerados con jefes invasivos, etcétera). Sí, porque Claudio se adscribe a los autores cuyo principal compromiso está con la historia. No importa qué clase de historia -amorosa, policial, futurista o pornográfica-, pues pertenecen a creadores que nunca olvidan que su misión es contar algo y para ello recurren a todos los materiales de que disponen. Y por supuesto, Claudio los tiene y de sobra. De hecho, como se trata de una novela donde la ciencia y la tecnología son fundamentales, el autor se las arregla para deslizar explicaciones de estos fenómenos de manera fluida, sin que interrumpan el curso de los acontecimientos (algo así como los chistes eruditos de Big Bang Theory o los argumentos de química pura de Breaking Bad). Por el contrario, con estos alcances la novela se enriquece e invita a pasar a la siguiente hoja en forma casi automática.
Por si fuera poco, “Vórtice” tiene la particularidad que no se agota en una pura lectura. Junto a la recomendable (hasta más placentera) relectura, está también la serie de ventanas que deja abiertas. Tramas paralelas, precuelas, secuelas y todo tipo de otras “cuelas”. Adaptaciones el cine, la televisión y el comics. Mercadotecnia en todas sus variantes. Puras ideas que, por lo demás, no son nuevas y que de seguro Claudio tiene ya rondando en su mente.
Por pura manía, me gusta buscar referentes locales en cualquier obra chilena que tenga la oportunidad de leer. “Vórtice” me recordó los relatos de un autor nacional de calidad no tan prolífico como Claudio Jaque y aquellos de los pioneros de la ciencia ficción nacional, Hugo Correa y Antoine Montagne.